El embellecimiento y modernización de la ciudad se hará patente a partir del siglo XVIII, con la llegada de la nueva dinastía de los Borbones y, sobre todo, con Carlos III. Sin embargo, estos cambios afectaron fundamentalmente a las zonas periféricas. Así, se crean nuevos paseos como el del Prado con sus fuentes. Se construyen nuevas puertas, como la de Alcalá, mientras que otras antiguas son renovadas. Se ensanchan las calles y construyen varios puentes, como el de Toledo y edificios, como el Museo de Ciencias Naturales.